Cuando uno escucha ‘20th Century’, el último disco del cartagenero Fernando Rubio, una de las figuras imprescindibles de la mejor escena musical de la Región desde que comenzara su andadura a mitad de la década de los ochenta con los fundamentales Ferroblues, se sumerge de lleno en un océano en el que todo se mece al compás de la elegancia, se desarrolla con la fluidez de lo inoxidable, se disfruta con la ferocidad del hambre voraz y se eleva con la sencillez reservada exclusivamente a la grandeza. Sus canciones, tejidas con las mismas dosis de sutileza que de arañazos eléctricos e interpretadas con la contundencia de un meteorito en constante impacto, no se permiten el lujo de descender de la cima del sobresaliente.
Desde la apertura con ese cuarteto ganador formada por ‘It won’t take too long’, ‘I let it out’, ‘East wind’ y ‘Last night I dreamed of you’, todas ellas directas al Olimpo de lo mejor de su autor, hasta el conmovedor desenlace de aura góspel titulado ‘Behind the hills’, Rubio ofrece un maravilloso recorrido por distintas estaciones sonoras que dejan numerosas postales para el recuerdo. Un trayecto donde cuenta con la inestimable ayuda de Paco y Paloma Del Cerro; Nacho Para; Carlos Campoy; Lucas Albaladejo; Román García y Joaquín Talismán, conjunto de músicos y voces que engrandecen con cada aportación el magnífico resultado final.
Así, ya sea abrazado al pop/rock más radiante como en el tema homónimo, montando una buena fiesta melódica en la adictiva ‘Ole Hostel Inn’, hipnotizando con la danza funky de retazos reggae y blues de la brutal ‘Self-Pity’, conmoviendo hasta la misma lágrima en ‘Same race’ o firmando clásicos instantáneos como la excelsa ‘Wondering aloud’, el cartagenero se muestra tan pletórico como inspirado, felizmente entregado a la más hermosa de las causas: la emoción.
En definitiva, tras los también esenciales ‘Tides’ y ‘Cheap Chinese Guitar’, Rubio se confirma por enésima vez como un maestro de la sensibilidad, un virtuoso en el noble arte del equilibrio imposible entre la elegancia y la espectacularidad técnica, una garganta de cristal dorado y un admirable artesano de la melodía soñada. La banda sonora perfecta para esquivar el ruido, capear el temporal y dejarse llevar hacia el paraíso terrenal de las canciones perfectas.
Alberto Frutos – La Verdad